Cuentos del libro Espejos (Eduardo Galeano) selección
grabados por alumnos del taller de oratoria de UCC agosto-noviembre 2023
versión en audio: https://youtu.be/V9_Nb-xS_go
Fundación de la belleza – Héctor Montenegro
Están allí, pintadas en las paredes y en
los techos de las cavernas.
Estas figuras, bisontes, alces, osos,
caballos, águilas, mujeres, hombres, no
tienen edad. Han nacido hace miles y
miles de años, pero nacen de nuevo cada vez que alguien las mira.
¿Cómo pudieron ellos, nuestros remotos
abuelos, pintar de tan delicada
manera? ¿Cómo pudieron ellos, esos
brutos que a mano limpia peleaban contra las bestias, crear figuras tan llenas
de gracia? ¿Cómo pudieron ellos dibujar esas líneas volanderas que escapan de
la roca y se van al aire? ¿Cómo pudieron ellos...?
¿O eran ellas?
Fundación de la libertad de presión- Caleb Sánchez
El opio estaba prohibido en China.
Los mercaderes británicos metían de contrabando el opio que traían desde la India. Gracias a sus esfuerzos, iba creciendo la cantidad de chinos enganchados a esa droga, madre de la heroína y de la morfina, que les mentía felicidad y les rompía la vida.
Los contrabandistas estaban hartos de las molestias que les causaban las autoridades chinas. El desarrollo del mercado exigía libertad de comercio y la libertad de comercio exigía la guerra.
El bondadoso William Jardine era el narcotraficante más poderoso y dirigía la Sociedad Médica Misionera, que en China brindaba tratamiento a las víctimas del opio que él vendía.
Jardine se ocupó de comprar, en Londres, a algunos influyentes escritores y periodistas, para crear un ambiente propicio a la guerra. El best-seller Samuel Warren y otros profesionales de la comunicación pusieron por los cielos a los adalides de la libertad. La libertad de expresión al servicio de la libertad de comercio: una lluvia de folletos y de artículos se descerrajó sobre la opinión pública británica, exaltando el sacrificio de los honestos ciudadanos que estaban desafiando el despotismo chino y arriesgaban la cárcel, la tortura y la muerte en aquel reino de la crueldad. Creado el clima, se desató la tormenta. La guerra del opio se prolongó, con unos años de interrupción, desde 1839 hasta 1860.
Sus cortesanas la bañan en leche de
burra y miel.
Después de ungirla en zumos de jazmines, lirios y madreselvas, depositan su cuerpo desnudo en almohadones de seda rellenos de plumas.
Sobre sus párpados cerrados, hay finas rodajas de áloe. En la cara y el cuello, emplastes hechos de bilis de buey, huevos de avestruz y cera de abejas.
Cuando despierta de la siesta, ya hay luna en el cielo. Las cortesanas impregnan de rosas sus manos y perfuman sus pies con elixires de almendras y flores de azahar. Sus axilas exhalan fragancias de limón y de canela, y los dátiles del desierto dan aroma a su cabellera, brillante de aceite de nuez.
Y llega el turno del maquillaje. Polvo de escarabajos colorea sus mejillas y sus labios. Polvo de antimonio dibuja sus cejas. El lapislázuli y la malaquita pintan un antifaz de sombras azules y sombras verdes en torno de sus ojos.
En su palacio de Alejandría, Cleopatra
entra en su última noche.
La última faraona, la que no fue tan bella como dicen, la que fue mejor reina de lo que dicen, la que hablaba varias lenguas y entendía de economía y otros misterios masculinos, la que deslumbró a Roma, la que desafió a Roma, la que compartió cama y poder con Julio César y Marco Antonio, viste ahora sus más deslumbrantes ropajes y lentamente se sienta en su trono, mientras las tropas romanas avanzan contra ella.
Julio César ha muerto, Marco Antonio ha
muerto.
Las defensas egipcias caen.
Cleopatra manda abrir la cesta de paja.
Suena el cascabel.
Se desliza la serpiente.
Y la reina del Nilo abre su túnica y le ofrece sus pechos desnudos, brillantes de polvo de oro.
Muchas veces murió la esclavitud – Michelle Gómez
Consulte cualquier enciclopedia. Pregunte cuál fue el primer país que abolió la esclavitud. La enciclopedia responderá: Inglaterra.
Es verdad que un buen día cambió de opinión el imperio británico, campeón mundial del tráfico negrero, cuando haciendo números advirtió que ya no era tan rentable la venta de carne humana. Pero Londres descubrió que la esclavitud era mala en 1807, y tan poco convincente resultó la noticia, que treinta años después tuvo que repetirla dos veces.
También es verdad que la revolución francesa había liberado a los esclavos de las colonias, pero el decreto libertador, que se llamó inmortal, murió poco después, asesinado por Napoleón Bonaparte.
El primer país libre, de veras libre, fue Haití. Abolió la esclavitud tres años antes que Inglaterra, en una noche iluminada por el sol de las hogueras, mientras celebraba su recién ganada independencia y recuperaba su olvidado nombre indígena.
Prohibido ser ineficiente – Manuel Arellano
El hogar estaba pegado a la fábrica. Desde la ventana del dormitorio, se veían las chimeneas.
El director regresaba a casa cada mediodía, se sentaba junto a su mujer y sus cinco hijos, rezaba el Padrenuestro, almorzaba y después recorría el jardín, los árboles, las flores, las gallinas y los pájaros cantores, pero ni por un instante perdía de vista la buena marcha de la producción industrial.
Era el primero en llegar a la fábrica y el último en irse. Respetado y temido, aparecía a cualquier hora, sin aviso, en cualquier parte. No soportaba el desperdicio de recursos. Los costos altos y la productividad baja le amargaban la vida. Le daban náuseas la falta de higiene y el desorden. Podía perdonar cualquier pecado. La ineficiencia, no.
Fue él quien sustituyó el ácido sulfúrico y el monóxido de carbono por el fulminante gas Zyklon B, fue él quien creó hornos crematorios diez veces más productivos que los hornos de Treblinka, fue él quien logró producir la mayor cantidad de muerte en el menor tiempo y fue él quien creó el mejor centro de exterminio de toda la historia de la humanidad.
En 1947, Rudolf Höss fue ahorcado en Auschwitz, el campo de concentración que él había construido y dirigido, entre los árboles en flor a los que había dedicado algunos poemas.
Quiéreme mucho – Miguel Mora
Los amigos de Adolf Hitler tienen mala memoria, pero la aventura nazi no hubiera sido posible sin la ayuda que de ellos recibió.
Como sus colegas Mussolini y Franco, Hitler contó con el temprano beneplácito de la Iglesia Católica.
Hugo Boss vistió su ejército.
Bertelsmann publicó las obras que
instruyeron a sus oficiales.
Sus aviones volaban gracias al combustible de la Standard Oil y sus soldados viajaban en camiones y jeeps marca Ford.
Henry Ford, autor de esos vehículos y del libro El judío internacional, fue su musa inspiradora. Hitler se lo agradeció condecorándolo.
También condecoró al presidente de la IBM, la empresa que hizo posible la identificación de los judíos.
La Rockefeller Foundation financió
investigaciones raciales y racistas de la
medicina nazi.
Joe Kennedy, padre del presidente, era embajador de los Estados Unidos en Londres, pero más parecía embajador de Alemania. Y Prescott Bush, padre y abuelo de presidentes, fue colaborador de Fritz Thyssen, quien puso su fortuna al servicio de Hitler.
El Deutsche Bank financió la construcción del campo de concentración de Auschwitz.
El consorcio IGFarben, el gigante de la industria química alemana, que después pasó a llamarse Bayer, Basf o Hoechst, usaba como conejillos de Indias a los prisioneros de los campos, y además los usaba de mano de obra. Estos obreros esclavos producían de todo, incluyendo el gas que iba a matarlos.
Los prisioneros trabajaban también para otras empresas, como Krupp, Thyssen, Siemens, Varta, Bosch, Daimler Benz, Volkswagen y BMW, que eran la base económica de los delirios nazis.
Ganaron dinerales comprando a Hitler el
oro de sus víctimas: sus alhajas y sus dientes. El oro entraba en Suiza con
asombrosa facilidad, mientras la frontera estaba cerrada a cal y canto para los
fugitivos de
carne y hueso.
Coca-Cola inventó la Fanta para el mercado alemán en plena guerra. En ese período, también Unilever, Westinghouse y General Electric multiplicaron allí sus inversiones y sus ganancias. Cuando la guerra terminó, la empresa ITT recibió una millonaria indemnización porque los bombardeos aliados habían dañado sus fábricas en Alemania.
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