Extracto de libro: En el Japón Espectral (Lafcadio Hearn)
Para ver el video dar click: https://www.youtube.com/watch?v=X4f_o3GTmAk&t=5s
Pero hay sonidos que nos conmueven mucho más profundamente
que la voz del mar, y de maneras más extrañas; sonidos que también nos ponen
graves a veces, y muy graves: sonidos de música.
La gran música es una tormenta psíquica, agitando a
profundidad inimaginable el misterio del pasado dentro de nosotros.
O podríamos decir que es una incantación prodigiosa,
haciendo cada diferente instrumento y voz una llamada aparte a los diferentes
billones de recuerdos prenatales.
Hay tonos que llaman a todos los fantasmas de la juventud y
la alegría y la ternura; hay tonos que evocan todo el dolor espectral de la
pasión perecida; hay tonos que resucitan todas las sensaciones muertas de
majestad y poder y gloria, todas las exultaciones expiradas, todas las
magnanimidades olvidadas.
¡Bien puede parecer la influencia de la música inexplicable
al hombre que vanamente sueña que su vida empezó hace menos de cien años! Pero
el misterio alivia a quien aprende que la sustancia del Yo es más vieja que el
Sol. Ése halla que la música es una Nigromancia; siente que a cada onda de
melodía, a cada oleada de armonía, responde dentro de él, surgiendo del Mar de
la Muerte y el Nacimiento, un remolino inmensurable de placer y dolor antiguos.
Placer y dolor: se entremezclan siempre en la gran música; y
por tanto la música puede conmovernos más profundamente que la voz del océano o
que cualquier otra voz. Pero en la expresión más amplia de la música, la pena
marca siempre el tono bajo, el murmullo y el oleaje del Mar del Alma...
¡Resulta extraño pensar qué vasta debe haber sido la suma de gozo y sufrimiento
experimentada antes que el sentido de la música pudiera evolucionar en el
cerebro del hombre!
En algún lugar se ha dicho que la vida humana es la música
de los Dioses; que sus sollozos y risas, sus canciones y chillidos y oraciones,
sus gritos de gozo y desesperación, no se elevan al oído de los Inmortales sino
como una perfecta armonía... Por tanto, ellos no desean acallar los tonos de
dolor: ¡arruinaría su música! La combinación, sin los tonos de agonía, formaría
una disonancia insoportable a los oídos divinos.
Y en un sentido nosotros mismos somos como Dioses, ya que es
sólo la suma de las penas y los gozos de innumerables vidas pasadas lo que nos
proporciona, a través de la memoria orgánica, el éxtasis de la música.
La alegría y el pesar de las generaciones muertas regresan
para morar en nosotros en incontables formas de armonía y melodía. De igual
modo –un millón de años después que habremos cesado de ver el sol–, la alegría
y el pesar de nuestras propias vidas pasarán con música más enriquecida a otros
corazones, para remover allí, durante un misterioso momento, una sensación
profunda y exquisita de dolor voluptuoso.
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