Toastmasters Video: Sorpresa (cuento de Fredric Brown)
Para ver el video dar click en el siguiente enlace: https://youtu.be/ewZrVpTguMc
SORPRESA Fredric Brown
Lo despertó la
campana, pero todavía permaneció acostado un buen rato: pensando y repasando
una última vez sus planes sobre el robo que iba a cometer más tarde y el
asesinato en la noche.
No había descuidado
ningún detalle. Se trataba de un simple repaso final. En toda la extensión de
la palabra, sería libre a las veinte horas y cuarenta minutos. Se había
señalado esa hora porque con ella cumpliría exactamente cuarenta años. Su
madre, apasionada de la astrología, le recordó siempre ese instante preciso de
su nacimiento. Aunque no era supersticioso, halagaba su sentido del humor…poder
empezar una nueva vida justo a los cuarenta años.
Y eso que el tiempo
trabajaba en su contra. Hombre de leyes, especializado en asuntos
inmobiliarios, por sus manos pasaban enormes sumas de dinero y parte de ellas
se le quedaban pegadas. El año anterior “pidió” cinco mil dólares para invertirlos en
un negocio seguro, que doblaría o triplicaría el capital. Lo perdió todo.
Obtuvo “prestada “una nueva suma con qué
especular y recuperar la pérdida anterior. Ahora debía ya treinta mil dólares y
no podía disimularse por más tiempo el boquete que, por otra parte, sería
imposible tapar en tan poco tiempo. Decidió liquidar cuanto pudiera, sin
despertar sospechas, vendiendo diversas propiedades. Por la tarde dispondría de
cien mil dólares, más de lo que necesitaba para el resto de su vida
Y nunca sería
atrapado. Todo estaba previsto: su salida, su nuevo destino, su diferente
identidad. No había olvidado nada. Trabajaba en ello desde hacía varios meses.
La decisión de
matar a su esposa surgió más tarde. El móvil era obvio: la detestaba. Al
resolverse a no ir nunca a la cárcel, suicidándose si era apresado, tuvo la
gran idea: si lo detenían moriría de todas maneras, por eso nada perdería
dejando atrás una mujer asesinada en lugar de una mujer viva.
Le fue difícil no
sonreírse al recordar el regalo de cumpleaños que su mujer le había hecho
un día antes: una hermosa maleta. También lo convenció de que fueran a cenar a
un restorán. Ella ignoraba lo que le esperaría como fin de fiesta: él le
llevaría de vuelta a casa antes de las ocho cuarenta y seis y, para hacer bien
las cosas, según su costumbre, haría un viudo de sí mismo en aquel preciso
minuto. Había una razón más para matarla: si la dejaba viva, ella comprendería
lo que había pasado y a la mañana siguiente avisaría a la policía. Si la dejaba
difunta, el cadáver no sería descubierto sino después de dos o tres días, lo
que le concedía una cómoda ventaja.
En la oficina todo
fue de maravilla. Cuando llegó la hora de encontrarse con su mujer, las cosas
seguían sobre ruedas. Ella se entretuvo con los entremeses y retardó la comida,
tanto, que él se preguntó si podrían regresar a casa antes de la hora prevista.
Era ridículo, pero le daba gran importancia al hecho de que a determinada hora
obtendría su libertad. Ni un minuto antes ni un minuto después. Él no hacía más
que mirar al reloj.
Cuando llegaron
frente a la casa, lo oscuro en la puerta de entrada le dio más seguridad. No
había señales de ningún riesgo. No peligraba nada, como tampoco cuando entrara.
La golpeó, pues, con todas sus fuerzas, mientras ella, descuidada, esperaba que
sacara la llave para abrir. Antes de que cayera al suelo, la sostuvo y logró
mantenerla en pie, mientras con la mano libre abría la puerta y luego la
cerraba detrás de ambos.
Apretó el botón del
interruptor y una luz amarillenta invadió la amplia sala. Antes de que se diera
cuenta de que ella estaba muerta y que sostenía el cadáver con un brazo, todos
los invitados a la fiesta de cumpleaños gritaron a coro:
— ¡Sorpresa!
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