cuentos y micro relatos LETRAS DE ASOMBRO Y ESPANTO 1 (recopilación de textos)
LETRAS DE ASOMBRO Y ESPANTO 1
(recopilación de textos)
LECTURA
#1: MICRORELATOS FAMOSOS (autores varios)
EL
DINOSAURIO - AUGUSTO MONTERROSO
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
UN SUEÑO - JORGE LUIS BORGES
En un
desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni
ventana. En la única habitación (cuyo
piso es de tierra y que tiene la forma de círculo) hay una mesa de maderas y un banco. En esa celda circular,
un hombre que se parece a mi escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda
circular escribe un poema sobre un
hombre que en otra celda circular...El proceso no tiene fin y nadie podrá leer
lo que los prisioneros escriben.
EL POZO - LUIS MATEO DÍEZ
Mi hermano
Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la
circunstancia de la familia numerosa. Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que
nadie jamás había vuelto a asomarse.
En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior.
"Este es un mundo como otro
cualquiera", decía el mensaje.
HABLABA Y HABLAMA - MAX AUB
Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar.
Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella
criada gorda no hacía más que hablar,
y hablar, y hablar. Estuviera
yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier
cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera
tenido que pagarle
sus tres meses.
Además hubiese sido muy capaz de echarme
mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le
metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.
LA MANO - RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA
El doctor Alejo murió asesinado. Indudablemente murió estrangulado. Nadie había entrado en la casa, indudablemente nadie,
y aunque el doctor dormía con el balcón abierto, por higiene, era tan alto su piso que no era de suponer que por allí
hubiese entrado el asesino. La policía no encontraba la pista de aquel crimen,
y ya iba a abandonar
el asunto, cuando la esposa
y la criada del muerto acudieron despavoridas a la Jefatura.
Saltando de lo alto de un armario había caído sobre la mesa, las
había mirado, las había visto, y después había huido por la habitación, una mano solitaria y viva como
una araña. Allí la habían dejado encerrada con llave en el cuarto.
Llena de
terror, acudió la policía y el juez. Era su deber. Trabajo les costó cazar la
mano, pero la cazaron y todos le
agarraron un dedo, porque era vigorosa corno si en ella radicase junta toda la fuerza de un hombre fuerte.
¿Qué hacer con ella? ¿Qué luz iba a arrojar sobre el suceso?
¿Cómo sentenciarla? ¿De quién era aquella mano? Después de una larga pausa, al juez se le ocurrió
darle la pluma
para que declarase por escrito. La mano entonces
escribió: «Soy la mano de Ramiro Ruiz, asesinado vilmente
por el doctor en el hospital y destrozado con ensañamiento en la
sala de disección. He hecho justicia».
CARTA DEL ENAMORADO - JUAN JOSÉ MILLÁS
Hay novelas que aun sin ser largas no logran comenzar de verdad hasta la página 50 o la
LA MUERTE
EN SAMARRA - GABRIEL GARCÍA
MÁRQUEZ (Adaptación)
El criado
llega aterrorizado a casa de su amo.
-Señor -dice- he visto a la Muerte en el mercado
y me ha hecho una señal de amenaza. El
amo le da un caballo y dinero, y le dice:
-Huye a Samarra.
El criado huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra la Muerte en el mercado.
-Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza -dice.
-No era de
amenaza -responde la Muerte- sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra,
y esta misma tarde tengo que recogerlo allá.
LA MANZANA
- ANA MARÍA SHUA
La flecha
disparada por la ballesta precisa de Guillermo Tell parte en dos la manzana que está a punto de caer sobre la cabeza de
Newton. Eva toma una mitad y le ofrece la otra a su consorte para
regocijo de la serpiente. Es así como nunca llega a formularse la ley de gravedad.
EL EMPERADOR
DE CHINA - MARCO DENEVI
Cuando el
emperador Wu Ti murió en su vasto lecho, en lo más profundo del palacio imperial, nadie se dio cuenta. Todos
estaban demasiado ocupados en obedecer sus órdenes. El único que lo supo fue Wang Mang, el primer ministro, hombre
ambicioso que aspiraba al trono. No
dijo nada y ocultó el cadáver. Transcurrió un año de increíble prosperidad para
el imperio. Hasta que, por fin, Wang Mang mostró al pueblo el esqueleto pelado,
del difunto emperador.
¿Veis? -dijo - Durante un año un muerto se sentó en el trono. Y quien realmente gobernó fui yo. Merezco ser el emperador.
El pueblo, complacido, lo sentó en el trono y luego lo mató, para que fuese tan perfecto
como su predecesor y la prosperidad del imperio
continuase.
CALIDAD Y CANTIDAD - ALEJANDRO JODOROWSKY
No se enamoró de ella, sino de su sombra. La iba a visitar al alba, cuando su amada
era más larga
PADRE NUESTRO
QUE ESTÁS EN EL CIELO - JOSÉ LEANDRO URBINA
Mientras
el sargento interrogaba a su madre y su hermana, el capitán se llevó al niño,
de una mano, a la otra pieza...
- ¿Dónde
está tu padre? - preguntó
-
Está
en el cielo - susurró
él.
-
¿Cómo? ¿Ha muerto? - preguntó asombrado
el capitán.
- No -
dijo el niño -. Todas las noches baja del cielo a comer con nosotros. El
capitán alzó la vista y descubrió la
puertecilla que daba al entretecho.
AMENAZAS - WILLIAM OSPINA
-Te devoraré -dijo la pantera.
-Peor para ti -dijo la espada.
ESTE TIPO ES UNA MINA - LUISA VALENZUELA
No sabemos
si fue a causa de su corazón de oro, de su salud de hierro, de su temple de acero o de sus cabellos de plata. El hecho
es que finalmente lo expropió el gobierno y lo está explotando. Como a todos nosotros.
LA VERDAD SOBRE SANCHO PANZA - FRANK KAFKA
Sancho
Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los
años, mediante la composición de una
cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer
y de la noche, apartar
a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de Don Quijote,
que éste se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero,
por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido
ser Sancho Panza, no hicieron daño a
nadie.
Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la responsabilidad, a Don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin.
(SIN TÍTULO)
- GABRIEL JIMÉNEZ
EMAN
Aquel hombre
era invisible, pero nadie se
percató de ello.
LA OVEJA NEGRA - AUGUSTO MONTERROSO
En un
lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó
una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas
negras eran rápidamente pasadas por las armas
para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran
ejercitarse también en la escultura.
LECTURA
#2: CUENTO: TRASPASO DE SUEÑOS (Ramón Gómez de la Serna)
De pronto dejó de tener pesadillas y se sintió
aliviado, pues habían llegado ya a ser una proyección obsesante en las paredes
de su alcoba.
Descansado y tranquilo en su sillón de lectura,
el criado le anunció que quería verlo el señor de arriba. Como para la visita
de un vecino no debe haber dilaciones que valgan, lo hizo pasar y escuchó su
incumbencia:
–Vengo porque me ha traspasado usted sus sueños.
–¿Y en qué lo ha podido notar?
–Como vecinos antiguos que somos, sé sus
costumbres, sus manías y sobre todo sé su nombre, el nombre titular de los
sueños que me agobian a mí, que no solía soñar… Aparecen paisajes, señoras,
niños con los que nunca tuve que ver…
–¿Pero cómo ha podido pasar eso?
–Indudablemente, como los sueños suben hacia
arriba como el humo, han ascendido a mi alcoba, que está encima de la suya…
–¿Y qué cree usted que podemos hacer?
–Pues cambiar de piso durante unos días y ver si
se vuelven a usted sus sueños.
Le pareció justo, cambiaron, y a los pocos días
los sueños habían vuelto a su legítimo dueño.
FIN
LECTURA
#3: CUENTO: LUCY Y EL MONSTRUO (Ricardo Bernal)
Querido Monstruo:
Ya no te tengo miedo. Mi papi dice que no existes
y que no puedes llamar a tus amigos porque ellos tampoco existen. Cuando sea de
noche voy a cerrar los ojos antes de apagar la luz del buró y voy a abrazar
bien fuerte a mi osito Bonzo para que él tampoco tenga miedo. Si te oigo gruñir
en el clóset pensaré que estoy dormida. No quiero que mi papi se despierte y me
regañe.
Ya sé que me quieres comer, pero como no existes
nunca podrás hacerlo; aunque yo me pase los días pensando que a lo mejor esta
noche sí sales del clóset, morado y horrible como en mis pesadillas…
Mañana, cuando juegue con Hugo, le voy a decir
que te maté y que te dejé enterrado en el jardín y que nunca más vas a salir de
ahí. Él se va a poner tan contento que me va a regalar su yoyo verde y me va
adecir dónde escondió mis lagartijas (siempre ha dicho que tú te las comiste,
pero eso no puede ser porque mi papi me dijo que no existes y mi papi nunca
dice mentiras.)
Voy a dejarte esta carta cerca del clóset para
que la veas. Voy a pensar en cosas bonitas como en ir al mar, o que es Navidad,
o que me saqué un diez en aritmética. ¡Adiós, monstruo!, que bueno que no
existas.
firma: LUCY
PD: No tengo miedo. No tengo miedo. No tengo
miedo.
*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-
Mi pequeña Lucy:
¿Cómo que no existo? Tu papi no sabe lo que dice.
¿Acaso no me inventaste tú misma el día de tu cumpleaños número siete? ¿Acaso
no platicabas conmigo todas las noches y te asustabas con los extraños ruidos
de mis tripas? Todas las noches te observé desde el clóset y tú lo sabías…
Aunque nunca me viste conocías de memoria mis
ojos, mi lengua y mis colmillos; pues todas, todas las noches me soñabas. Por
eso cuando leí tu carta sentí tanta desesperación. Por eso destrocé tus
juguetes y me comí de un solo bocado a tu delicioso osito Bonzo.
Lo juro, Lucy, tú ya estabas muerta. Tenías los
ojos abiertos y cuando toqué tu barriguita estaba más fría que mi mano.
Seguramente te mató el miedo y yo no pude comerte pues no me gusta el sabor de
los niños muertos. Lo único que hice fue regresar al clóset y llorar de
tristeza hasta quedarme dormido…
¡Pobre Lucy! ¡Pobre Lucy y pobre monstruo
solitario!
Ahora tendré que salir de aquí, alejarme de los
adultos que cuidan tu pequeño ataúd y dejar esta carta donde puedas
encontrarla… Necesito la risa de un niño y necesito el miedo de un niño para
seguir vivo.
Por cierto, Lucy, ¿dónde dices que vive tu amigo
Hugo?
Atentamente
El Monstruo
LECTURA
#4: CUENTO: ÁLBUM (Alberto Chimal)
La cara de
su madre. La muñeca que arrojó por la ventana. Los billetes que quemó. La
pecera que vació en la sala. La muñeca a la que arrancó las piernas. Su primer
psiquiatra. El tazón con el que golpeó a su madre. Su niñera poco antes de
marcharse. Su abuela materna poco antes de marcharse. Su padre poco antes de
marcharse. La cara de su madre.
El gato al
que metió en el horno. Su segundo psiquiatra. Su primer kinder. El niño al que
pateó. Su tercer psiquiatra. La trenza cortada de su compañera. El rincón en el
que estuvo castigada. La cara cortada de su compañera. Su cuarto psiquiatra. Su
segundo kinder. El perro al que destripó. La silla a la que fue atada. El brazo
en cabestrillo de su madre. El brazo en cabestrillo de su maestra. El brazo en
cabestrillo de su quinto psiquiatra. Su tercer kinder. El niño que la golpeó.
Un trozo de la oreja del niño que la golpeó. Su cuarto kinder. La denuncia en
su contra. El bolso de su madre.
La
ceremonia de fin de año a la que no asistió. El director de la primaria que no
quiso admitirla. La cara de su madre. El director de la segunda primaria que no
quiso admitirla. La libreta de ahorros de su madre. El director de la primaria
que aceptó admitirla. La niña a la que trató de ahogar en un excusado. La niña
a la que empujó por las escaleras. El célebre psiquiatra que la buscó. La cara
de su madre. El artículo sobre ella del célebre psiquiatra. La carta en su
contra de los padres de sus compañeros. El suéter de su compañero desaparecido.
El cuerpo de su compañero desaparecido. La cara de su madre.
La patrulla
que fue a buscarla. La cara de su madre. El autobús que abordó con su madre. El
primer motel donde durmió con su madre. Los vidrios rotos del primer motel
donde durmió con su madre. El segundo motel donde durmió con su madre. El
incendio del segundo motel donde durmió con su madre. El muchacho que la vio
con su madre. El retrato hablado de su madre. La cara de su madre. El tercer
motel donde durmió con su madre. El bebé que resistió dos días en el cuarto
donde durmió con su madre. La cara de su madre. El cuarto motel donde durmió.
El teléfono que su madre trató de usar. La cara de su madre. Un ojo de su
madre. La lengua de su madre. El otro ojo de su madre. El coche del hombre que
la recogió en la carretera. El primer comentarista que habló de ella en la
televisión. El coche del segundo hombre que la recogió en la carretera.
LECTURA
#5: CUENTO: HISTORIA DEL JOVEN CELOSO (Henri Pierre Cami)
Había una vez un joven que estaba muy celoso de
una muchacha bastante voluble.
Un día le dijo:
-Tus ojos miran a todo el mundo.
Entonces, le arrancó los ojos.
Después le dijo:
-Con tus manos puedes hacer gestos de invitación.
Y le cortó las manos.
“Todavía puede hablar con otros”, pensó. Y le
extirpó la lengua.
Luego, para impedirle sonreír a los eventuales
admiradores, le arrancó todos los dientes.
Por último, le cortó las piernas. “De este modo
-se dijo- estaré más tranquilo”.
Solamente entonces pudo dejar sin vigilancia a la
joven muchacha que amaba. “Ella es fea -pensaba-, pero al menos será mía hasta
la muerte”.
Un día volvió a la casa y no encontró a la
muchacha: había desaparecido, raptada por un exhibidor de fenómenos.
FIN
LECTURA
#6: POEMA: EL AMENAZADO (Jorge Luis Borges)
Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño
atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como
siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio
de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las
palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la
biblioteca, las cosas comunes,
los hábitos, el joven amor de mi madre, la
sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de
mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el
hombre se
levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido
los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio
de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas
magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha
visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
LECTURA
#7: CUENTO: LA SENTENCIA (Wu Ch’eng-en)
Aquella noche, en la hora de la rata, el
emperador soñó que había salido de su palacio y que en la oscuridad caminaba
por el jardín, bajo los árboles en flor. Algo se arrodilló a sus pies y le
pidió amparo. El emperador accedió; el suplicante dijo que era un dragón y que
los astros le habían revelado que al día siguiente, antes de la caída de la
noche, Wei Cheng, ministro del emperador, le cortaría la cabeza. En el sueño,
el emperador juró protegerlo.
Al despertarse, el emperador preguntó por Wei
Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio; el emperador lo mandó buscar y
lo tuvo atareado el día entero, para que no matara al dragón, y hacia el
atardecer le propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro
estaba cansado y se quedó dormido.
Un estruendo conmovió la tierra. Poco después
irrumpieron dos capitanes, que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en
sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron:
-¡Cayó del cielo!
Wei Cheng, que había despertado, la miró con
perplejidad y observó:
-Qué raro, yo soñé que mataba a un dragón así.
FIN
LECTURA
#8: POEMA: EL CUERVO (Edgar Allan Poe) Traducción de Julio
Cortázar
Una vez, al filo
de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es -dije musitando- un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”
¡Ah! aquel lúcido
recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo;
angustia del deseo del nuevo día;
en vano encareciendo a mis libros
dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Aquí ya sin nombre, para siempre.
Y el crujir
triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
llenábame de fantásticos terrores
jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
“Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más.”
Ahora, mi ánimo
cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
“Señor -dije- o señora, en verdad vuestro perdón imploro,
mas el caso es que, adormilado
cuando vinisteis a tocar quedamente,
tan quedo vinisteis a llamar,
a llamar a la puerta de mi cuarto,
que apenas pude creer que os oía.”
Y entonces abrí de par en par la puerta:
Oscuridad, y nada más.
Escrutando hondo
en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal
se haya atrevido jamás a soñar.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
y la única palabra ahí proferida
era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
Lo pronuncié en un susurro, y el eco
lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
Apenas esto fue, y nada más.
Vuelto a mi
cuarto, mi alma toda,
toda mi alma abrasándose dentro de mí,
no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
“Ciertamente -me dije-, ciertamente
algo sucede en la reja de mi ventana.
Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
y así penetrar pueda en el misterio.
Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda en el misterio.”
¡Es el viento, y nada más!
De un golpe abrí
la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más.
Entonces, este
pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
“Aun con tu cresta cercenada y mocha -le dije-.
no serás un cobarde.
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”
Cuánto me asombró
que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente;
aunque poco significaba su respuesta.
Poco pertinente era. Pues no podemos
sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
posado sobre el dintel de su puerta,
pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
de Palas en el dintel de su puerta
con semejante nombre: “Nunca más.”
Mas el Cuervo,
posado solitario en el sereno busto.
las palabras pronunció, como virtiendo
su alma sólo en esas palabras.
Nada más dijo entonces;
no movió ni una pluma.
Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
“Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará,
como me abandonaron mis esperanzas.”
Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”
Sobrecogido al
romper el silencio
tan idóneas palabras,
“sin duda -pensé-, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica
de “Nunca, nunca más.”
Mas el Cuervo
arrancó todavía
de mis tristes fantasías una sonrisa;
acerqué un mullido asiento
frente al pájaro, el busto y la puerta;
y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
empecé a enlazar una fantasía con otra,
pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
flaco y ominoso pájaro de antaño
quería decir graznando: “Nunca más,”
En esto cavilaba,
sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
quemaban hasta el fondo de mi pecho.
Esto y más, sentado, adivinaba,
con la cabeza reclinada
en el aterciopelado forro del cojín
acariciado por la luz de la lámpara;
en el forro de terciopelo violeta
acariciado por la luz de la lámpara
¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!
Entonces me
pareció que el aire
se tornaba más denso, perfumado
por invisible incensario mecido por serafines
cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
“¡Miserable -dije-, tu Dios te ha concedido,
por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
¡Apura, oh, apura este dulce nepente
y olvida a tu ausente Leonora!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”
“¡Profeta!
exclamé-, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
enviado por el Tentador, o arrojado
por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
a esta desértica tierra encantada,
a este hogar hechizado por el horror!
Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
¡Dime, dime, te imploro!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”
“¡Profeta!
exclamé-, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
ese Dios que adoramos tú y yo,
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
tendrá en sus brazos a una santa doncella
llamada por los ángeles Leonora,
tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
llamada por los ángeles Leonora!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”
“¡Sea esa palabra
nuestra señal de partida
pájaro o espíritu maligno! -le grité presuntuoso.
¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
que profirió tu espíritu!
Deja mi soledad intacta.
Abandona el busto del dintel de mi puerta.
Aparta tu pico de mi corazón
y tu figura del dintel de mi puerta.
Y el Cuervo dijo: Nunca más.”
Y
el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado, aún sigue posado
en el pálido busto de Palas.
en el dintel de la puerta de mi cuarto.
Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un demonio que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse. ¡Nunca más!
LECTURA
#9: CUENTO: EL ALMOHADÓN DE PLUMA (Horacio Quiroga)
Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia,
angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de
novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento
cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la
alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba
profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses —se habían casado en abril—
vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en
ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible
semblante de su marido la contenía siempre. La casa en que vivían influía un
poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos,
columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio
encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las
altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una
pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono
hubiera sensibilizado su resonancia. En ese extraño nido de amor, Alicia pasó
todo el otoño.
No obstante, había concluido por echar un velo
sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer
pensar en nada hasta que llegaba su marido. No es raro que adelgazara. Tuvo un
ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia
no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo
de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda
ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos,
echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado,
redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron
retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni
decir una palabra. Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día
siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma
atención, ordenándole calma y descanso absolutos. —No sé —le dijo a Jordán en
la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no
me explico, y sin vómitos, nada.. . Si mañana se despierta como hoy, llámeme
enseguida. Al otro día Alicia seguía peor.
Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha
agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba
visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces
prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia
dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida.
Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La
alfombra ahogaba sus pesos.
A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su
mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en
su dirección. Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes
al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos
desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado
del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al
rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de
horror. —¡Soy yo, Alicia, soy yo! Alicia lo miró con extravió, miró la
alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta
confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido,
acariciándola temblando. Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un
antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los
ojos. Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida
que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente
cómo.
En la última consulta Alicia yacía en estupor
mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La
observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor. —Pst... —se encogió
de hombros desalentado su médico—. Es un caso serio... poco hay que hacer...
—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que
remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su
enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que
únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre
al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos
encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía
mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el
almohadón.
Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de
monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la
colcha. Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a
media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la
sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono
que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán. Murió,
por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un
rato extrañada el almohadón. —¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el
almohadón hay manchas que parecen de sangre. Jordán se acercó rápidamente Y se
dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que
había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras. —Parecen
picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó
caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán
sintió que los cabellos se le erizaban. —¿Qué hay?—murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar. Jordán lo levantó;
pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán
cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la
sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos
crispadas a los bandós: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente
las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa.
Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca. Noche a noche, desde
que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su
trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura
era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin dada
su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue
vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia. Estos
parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en
ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles
particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
Me gustó la selección de los cuentos, el Almohadón de Plumas, cumplió con causarme horror al leerlo. 🤯📚
ResponderBorrarSin duda es una historia perturbadora :/
Borrar