cuentos y micro relatos LETRAS DE ASOMBRO Y ESPANTO 2 (recopilación de textos)

 




LETRAS DE ASOMBRO Y ESPANTO 2

(recopilación de textos)


LECTURA #1: La soga - Silvina Ocampo

A Antoñito López le gustaban los juegos peligrosos: subir por la escalera de mano del tanque de agua, tirarse por el tragaluz del techo de la casa, encender papeles en la chimenea. Esos juegos lo entretuvieron hasta que descubrió la soga, la soga vieja que servía otrora para atar los baúles, para subir los baldes del fondo del aljibe y, en definitiva, para cualquier cosa; sí, los juegos lo entretuvieron hasta que la soga cayó en sus manos. Todo un año, de su vida de siete años, Antoñito había esperado que le dieran la soga; ahora podía hacer con ella lo que quisiera.

 Primeramente hizo una hamaca colgada de un árbol, después un arnés para el caballo, después una liana para bajar de los árboles, después un salvavidas, después una horca para los reos, después un pasamano, finalmente una serpiente. Tirándola con fuerza hacia delante, la soga se retorcía y se volvía con la cabeza hacia atrás, con ímpetu, como dispuesta a morder.

A veces subía detrás de Toñito las escaleras, trepaba a los árboles, se acurrucaba en los bancos. Toñito siempre tenía cuidado de evitar que la soga lo tocara; era parte del juego. Yo lo vi llamar a la soga, como quien llama a un perro, y la soga se le acercaba, a regañadientes, al principio, luego, poco a poco, obedientemente. Con tanta maestría Antoñito lanzaba la soga y le daba aquel movimiento de serpiente maligna y retorcida que los dos hubieran podido trabajar en un circo. Nadie le decía: “Toñito, no juegues con la soga.”

La soga parecía tranquila cuando dormía sobre la mesa o en el suelo. Nadie la hubiera creído capaz de ahorcar a nadie. Con el tiempo se volvió más flexible y oscura, casi verde y, por último, un poco viscosa y desagradable, en mi opinión.

El gato no se le acercaba y a veces, por las mañanas, entre sus nudos, se demoraban sapos extasiados. Habitualmente, Toñito la acariciaba antes de echarla al aire, como los discóbolos o lanzadores de jabalinas, ya no necesitaba prestar atención a sus movimientos: sola, se hubiera dicho, la soga saltaba de sus manos para lanzarse hacia delante, para retorcerse mejor.

Si alguien le pedía: “Toñito, préstame la soga”, el muchacho invariablemente contestaba: “No”. A la soga ya le había salido una lengüita, en el sito de la cabeza, que era algo aplastada, con barba; su cola, deshilachada, parecía de dragón. Toñito quiso ahorcar un gato con la soga. La soga se rehusó. Era buena.

¿Una soga, de qué se alimenta? ¡Hay tantas en el mundo! En los barcos, en las casas, en las tiendas, en los museos, en todas partes… Toñito decidió que era herbívora; le dio pasto y le dio agua. La bautizó con el nombre Prímula. Cuando lanzaba la soga, a cada movimiento, decía: “Prímula, vamos Prímula.” Y Prímula obedecía.

Toñito tomó la costumbre de dormir con Prímula en la cama, con la precaución de colocarle la cabecita sobre la almohada y la cola bien abajo, entre las cobijas.

Una tarde de diciembre, el sol, como una bola de fuego, brillaba en el horizonte, de modo que todo el mundo lo miraba comparándolo con la luna, hasta el mismo Toñito, cuando lanzaba la soga.

Aquella vez la soga volvió hacia atrás con la energía de siempre y Toñito no retrocedió. La cabeza de Prímula le golpeó el pecho y le clavó la lengua a través de la blusa. Así murió Toñito. Yo lo vi, tendido, con los ojos abiertos. La soga, con el flequillo despeinado, enroscada junto a él, lo velaba.

 

 

LECTURA #2: Vida - Patricia Nasello

—Dios es el primer alfarero —dice papá, y me enseña a amasar el barro para que no queden grumos. Los grumos arruinarían las cosas importantes que hace: platos, fuentes, ollas, macetas. Desde que era más chiquita me gusta verlo trabajar. Dice que enseñarme “el oficio” es un regalo que me hace porque es navidad, pero no, es porque aprendí a sumar rápido y también a leer.

—¿El primer alfarero cómo? —pregunto mientras ponemos a secar las piezas antes de llevarlas al horno. Me gusta mucho ver el conejito que modelé al lado de sus cántaros.

—¿Cómo? —ríe—. Haciendo con barro al primer hombre —. A veces habla de cosas que no entiendo a propósito, para que no se me vayan las ganas de estudiar—. Lo llamó Adán y es el padre de todos.

Se pone serio, creo que piensa en el abuelo. Quiero darle la mano para espantar la tristeza pero está peor. Mira mi conejito que se ha llenado de esa pelusa blanca tan linda y ahora salta para el lado nuestro.

Lo alzo, es tibio y suave.

—Tocalo papi, no tengas miedo.

 

LECTURA #3:

La víctima - Patricia Morales Betancourt

Compré espuma suficiente para crear un personaje y dinamizar mis clases en línea. Comencé por el diseño de la cabeza. Los ojos, que me permitían ver a través de ellos, estaban circundados por unas largas pestañas, la boca, carnosa al sonreír, a nivel de sus encías, mostraba unos colmillos desmesurados y amenazantes, y sus fosas nasales daban la sensación caliente de hacer salir fuego de sus entrañas. La espalda, llena de cascos, sostenía los cachos de manera desafiante, y de las garras, salían unas tímidas uñas como invitando a rascarse a quien las mirara. Comencé a pigmentarlo con azules y verdes iridiscentes. Sus ojos color marrón comenzaron a saltar y entonces perdí el dominio de mi mano que, enloquecida, parecía seguir órdenes para que lo terminara de inmediato. Al día siguiente, entusiasmada con mi marioneta y la ilusión de presentársela a mis estudiantes —cuál no fue mi sorpresa— al verlo anclado en las alfardas del techo cuando de manera sarcástica me agradecía: —Gracias. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ahora tú serás mi títere

 

LECTURA #4:  

Las manos de la fundadora - Fernando Iwasaki

Qué miedo me daba besar el hábito de la madre fundadora cada vez que las monjas nos arrastraban hasta la capilla del colegio para ver su cuerpo incorrupto. No me gustaban ni su cara de momia ni sus manos verdosas como bizcochuelos podridos. Aunque lo peor era esa Virgen adornada con el pelo de la madre fundadora, blanco y erizado como la telaraña de una tarántula.

Un día las monjas me encerraron en la capilla por mentirosa, amenazándome con la cachetada de la fundadora. Ellas creen que vomité de susto, pero tenía que impedir que me pegara. La mano izquierda sabía mejor.

 

 

 

Encantato - Mariángeles Abelli Bonardi

Nadie sabe que lo es, que puede cambiar de forma; que un sombrero oculta su redondeada frente, su espira y que, transformado en apuesto joven, entrará al salón, y allí, sumergido en la música y los colores titilantes de la fiesta, derramará labia y besos por su cara y sus pómulos antes de derramarse en ella, dejándola en la playa, embarazada y sola (sin que nadie le crea que el padre no es un hombre), para luego entrar al agua y volver a su forma verdadera: un delfín rosado que en Brasil conocen como Boto.

 

LECTURA #5:  HYDRA CEREBRUM - María Francisca Barbero Las Heras

Tengo la capacidad de permanecer invisible. Soy un invertebrado gelatinoso de la familia de los Hydridae. Deambulo por las casas, los parques y los espacios abiertos, hasta que encuentro seres humanos y me instalo en sus cráneos. Me alimento por la noche. Mis presas favoritas son las personas mientras duermen; aunque ahora, una gran cantidad de ellas, padecen insomnio. Por esta razón, me estoy especializando en nutrirme de sus obsesiones, y si ellas consiguen acabar con una, yo las regenero como si tuvieran varias cabezas.

 

Un creyente - George Loring Frost

Al caer la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo:

-Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?

-Yo no -respondió el otro-. ¿Y usted?

-Yo sí -dijo el primero, y desapareció.

 

 

LECTURA #6: El basilisco - María Belén Alemán

Es invierno en mi ciudad y parece que nada alterará mi rutina de este frío domingo. Mi heladera casi vacía me dice que me convendría almorzar afuera, pero los cinco grados me acobardan. Hay huevos y queso, además de un yogur vencido y un pedazo de tortilla de espinaca. Elijo los huevos y el queso. Un omelette es una buena opción. El primer huevo que rompo me sorprende sin su yema. En la gelatinosa clara se mueve algo así como una mínima víbora, una rara arañita. No me gusta nada su aspecto. Tendría que tirarlo pero me hipnotiza su lento danzar en la acuosidad pegajosa. En un instante, la viborita se convierte en un horrible bicho semejante a una iguana, un camaleón, una lagartija con un enorme ojo sin párpado que me paraliza. Me doy cuenta de lo que ocurre demasiado tarde y no tengo un espejo a mi alcance para repeler su mirada.

Desde entonces ando reptando paredes. Me escondo en los rincones, entre los escombros y observo con mi ojo ciclópeo. Cuando alguien me descubre se persigna y huye espantado. No vaya a ser que mi desgracia lo alcance… aunque no entiendo por qué, si dicen que todo es puro cuento, una leyenda… que no existo…

 

La escritora argentina María Belén Alemán (1960) ha cultivado la poesía, la narrativa y la microficción. "El basilisco" comienza como una historia cotidiana en la que un personaje relata las menudencias de su día hasta que aparece el elemento insólito. Así, lo perturbador irrumpe en la realidad del protagonista que es invadido por un basilisco. Esta es una criatura de origen mítico, parecida a una serpiente, que es capaz de matar con su mirada.

Luego del encuentro, el basilisco posee el cuerpo de aquel individuo, convirtiéndolo en un ser repugnante y amenazante para el resto del mundo.

 


 

 



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