Discursos Clásicos: Discurso de Investidura Presidencial (John F. Kennedy)
"Compatriotas:
Celebramos hoy, no la victoria de un partido, sino un acto de libertad —simbólico
de un fin tanto como de un comienzo— que significa una renovación a la par que
un cambio, pues ante vosotros y ante Dios Todopoderoso he prestado el solemne
juramento concebido por nuestros antepasados hace casi 165 años.
El mundo es muy distinto
ahora. Porque el hombre tiene en sus manos poder para abolir toda forma de
pobreza y para suprimir toda forma de vida humana. Y, sin embargo, las
convicciones revolucionarias por las que lucharon nuestros antepasados siguen
debatiéndose en todo el globo; entre ellas, la convicción de que los derechos
del hombre provienen no de la generosidad del Estado, sino de la mano de Dios.
No olvidemos hoy día que
somos los herederos de esa primera revolución. Que sepan desde aquí y ahora
amigos y enemigos por igual, que la antorcha ha pasado a manos de una nueva
generación de norteamericanos, nacidos en este siglo, templados por la guerra,
disciplinados por una paz fria y amarga, orgullosos de nuestro antiguo
patrimonio, y no dispuestos a presenciar o permitir la lenta desintegración de
los derechos humanos a los que esta nación se ha consagrado siempre, y a los
que estamos consagrados hoy aquí y en todo el mundo.
Todo esto prometemos, y
mucho más.
A los viejos aliados, cuyo
origen cultural y espiritual compartimos, les brindamos la lealtad de los
amigos fieles. Unidos, es poco lo que no nos es dado hacer en un cúmulo de
empresas cooperativas; divididos, es poco lo que nos es dado hacer, pues
reñidos y distanciados no osaríamos hacer frente a un reto poderoso.
A los pueblos de las chozas y aldeas de la mitad del globo que luchan por
romper las cadenas de la miseria de sus masas, les prometemos nuestros mejores
esfuerzos para ayudarlos a ayudarse a sí mismos, por el periodo que sea
preciso, no porque quizás lo hagan los comunistas, no porque busquemos sus
votos, sino porque es justo. Si una sociedad libre no puede ayudar a los muchos
que son pobres, no podrá salvar a los pocos que son ricos.
A nuestras hermanas
repúblicas allende nuestra frontera meridional les ofrecemos una promesa
especial: convertir nuestras buenas palabras en buenos hechos mediante una
nueva Alianza Para el Progreso; ayudar a los hombres libres y los gobiernos libres
a despojarse de las cadenas de la pobreza. Pero esta pacífica revolución de
esperanza no puede convertirse en la presa de las potencias hostiles.
Sepan todos nuestros
vecinos que nos sumaremos a ellos para oponernos a la agresión y la subversión
en cualquier parte de las Américas. Y sepa cualquier otra potencia que este
hemisferio se propone seguir siendo el amo de su propia casa.
A esa asamblea mundial de
estados soberanos, las Naciones Unidas, que es nuestra última y mejor esperanza
de una era en que los instrumentos de guerra han sobrepasado, con mucho, a los
instrumentos de paz, renovamos nuestra promesa de apoyo: para evitar que se
convierta en un simple foro de injuria, para fortalecer la protección que
presta a los nuevos y a los débiles, y para ampliar la extensión a la que pueda
llegar su mandato.
Por último, a las naciones
que se erigirían en nuestro adversario, les hacemos no una promesa sino un
requerimiento: que ambas partes empecemos de nuevo la búsqueda de la paz, antes
de que las negras fuerzas de la destrucción desencadenadas por la ciencia suman
a la humanidad entera en su propia destrucción, deliberada o accidental.
No les tentemos con la
debilidad, porque sólo cuando nuestras armas sean suficientes sin lugar a
dudas, podremos estar seguros sin lugar a dudas de que no se utilizarán jamás.
Pero tampoco es posible que dos grandes y poderosos grupos de naciones se
sientan tranquilos en una situación presente que nos afecta a ambos, agobiadas
ambas partes por el costo de las armas modernas, justamente alarmadas ambas por
la constante difusión del mortífero átomo, y compitiendo, no obstante, ambas,
por alterar el precario equilibrio de terror que contiene la mano de la
postrera guerra de la humanidad.
Empecemos, pues, de nuevo,
recordando en ambas partes que la civilidad no es indicio de debilidad, y que
la sinceridad puede siempre ponerse a prueba. No negociemos nunca por temor,
pero no tengamos nunca temor a negociar.
Exploremos ambas partes
qué problemas nos unen, en vez de insistir en los problemas que nos dividen.
Formulemos ambas partes, por primera vez, proposiciones serias y precisas para
la inspección y el control de las armas, y para colocar bajo el dominio
absoluto de todas las naciones el poder absoluto para destruir a otras
naciones.
Tratemos ambas partes de
invocar las maravillas de la ciencia, en lugar de sus terrores. Exploremos
juntas las estrellas, conquistemos los desiertos, extirpemos las enfermedades,
aprovechemos las profundidades del mar y estimulemos las artes y el comercio.
Unámonos ambas partes para acatar en todos los ámbitos de la tierra el
mandamiento de Isaías llamado a "deshacer los pesados haces de opresión...
(y) dejar ir libres a los quebrantados". Y si con la cabeza de playa de la
cooperación es posible despejar las selvas de la suspicacia, unámonos ambas
partes para crear un nuevo empeño, no un nuevo equilibrio de poder, sino un
nuevo mundo bajo el imperio de la ley, en el que los fuertes sean justos, los
débiles se sientan seguros y se preserve la paz.
No se llevará a cabo todo
esto en los primeros 100 días. Tampoco se llevará a cabo en los primeros 1.000
días, ni en la vida de este Gobierno, ni quizá siquiera en el curso de nuestra
vida en este planeta. Pero empecemos. En vuestras manos, compatriotas, más que
en las mías, está el éxito o el fracaso definitivo de nuestro empeño.
¿Podremos forjar contra
estos enemigos una grande y global alianza? al norte y al sur, al este y al
oeste?, que pueda garantizarle una vida fructífera a toda la humanidad?
¿Queréis participar en esta histórica empresa?
Sólo a unas cuantas
generaciones, en la larga historia del mundo, les ha sido otorgado defender la
libertad en su hora de máximo peligro. No rehuyo esta responsabilidad. La
acepto con beneplácito. No creo que ninguno de nosotros se cambiaría por ningún
otro pueblo ni por ninguna otra generación. La energía, la fe, la devoción que
pongamos en esta empresa iluminará a nuestra patria y a todos los que la
sirven, y el resplandor de esa llama podrá en verdad iluminar al mundo.
Así pues, compatriotas: no
pregunteis qué puede vuestro país hacer por vosotros; preguntad qué podéis
hacer vosotros por vuestro país. Conciudadanos del mundo: preguntad, no qué
pueden hacer por vosotros los Estados Unidos de América, sino qué podremos
hacer juntos por la libertad del hombre. Finalmente, ya seáis ciudadanos
norteamericanos o ciudadanos del mundo, solicitad de nosotros la misma medida de
fuerza y sacrificio que hemos de solicitar de vosotros.
Con una conciencia
tranquila como nuestra única recompensa segura, con la historia como juez
supremo de nuestros actos, marchemos al frente de la patria que tanto amamos,
invocando Su bendición y Su ayuda, pero conscientes de que aquí en la Tierra la
obra de Dios es realmente la que nosotros mismos realicemos."
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