Discursos Clásicos: A los pueblos engañados (Emiliano Zapata)
"El Cuartel General a
mi cargo, siempre deseoso de encarrilar a los pueblos por el sendero de la
libertad, del bienestar y del progreso y procurando siempre arrancarles la
venda del obscurantismo y del error que pudiera extraviarlos y hacerlos caer
una vez más entre las férreas cadenas de la esclavitud y de la más degradante
miseria, hoy ha estimado de su deber dirigirse a todos los habitantes de todas
las poblaciones que actualmente asumen una actitud hostil a la revolución, con
el fin de persuadirlos a que depongan esa conducta y francamente se unan a la
causa popular, desligándose en absoluto del vandálico y nefasto bando
carrancista.
El movimiento
revolucionario se ha iniciado y ha sostenídose, a no dudar, para bien de la
clase humilde del país, y ésta ya ha saboreado los frutos que trae consigo la
revolución. El Cuartel General que me honro en dirigir, consecuente con los
altos fines que se persiguen, en todo tiempo se ha preocupado porque los
pueblos y demás comunidades comprendidas en la zona dominada por el Ejército
Libertador, goce de todas clase de garantías en sus personas e intereses, y al
efecto, ha expedido las disposiciones conducentes, entre las cuales se
encuentra la circular del 31 de mayo de 1916, que permite a los vecinos de cada
lugar armarse y organizarse para defenderse de los malhechores y de los malos
revolucionarios.
Los pueblos, correspondiendo
a los nobles y benéficos procedimientos del Cuartel General, lejos de volver
sus armas en contra de la gran revolución agraria, deben por su propia
conveniencia secundarla, uniéndose a ella, procurando a lo menos ayudarla con
elementos de vida, pues que los soldados libertadores para su subsistencia
necesitan el auxilio de los pacíficos o no combatientes.
La circular antes citada,
a la vez que se propone otorgar amplias y cumplidas garantías, a toda persona,
le crea obligaciones imprescindibles, sólo mientras dure el estado de guerra;
estas leves cargas son perfectamente soportables, puesto que los pueblos hoy
por hoy, están relevados de toda contribución, lo mismo que exentos de pagar
toda renta por el cultivo de tierras.
Por otra parte, las
autoridades municipales y el vecindario de cada localidad, están en la
obligación de no confundir la mala conducta de algún falso revolucionario con
la del Cuartel General, transformando un asunto personal en cuestión
relacionada con los intereses de la revolución; porque si es cierto que hay
jefes desordenados e intemperantes, el Cuartel General en nada interviene a su
favor, procediendo, al contrario, incontinenti, a reprimir cualquier atentado
contra personas o intereses, estimando que un pueblo está en su derecho para
obrar con energía respecto de algún militar abusivo, pero no así a oponerse al
curso de la propia revolución.
Además, es preciso que los
pueblos a que aludo se den cuenta de que el carrancismo está próximo a
derrumbarse y que en su caída arrastrará a muchos inocentes engañados. Así lo
indican los acontecimientos que ocurren. Carranza carece de dinero, de hombres
y de toda clase de elementos, y lo que es peor todavía, de prestigio.
Numerosos jefes antes
adictos a su facción lo han abandonado, indignados por los múltiples atropellos
que ha cometido contra todas las libertades y contra todos sus derechos, y
también porque ha faltado a todos sus compromisos. Las defecciones en sus filas
se suceden a diario, y las sublevaciones están a la orden del día. Los
Generales Francisco Coss, Luis y Eulalio Gutiérrez, Eugenio López y José María
Guerra en Coahuila y Tamaulipas; Cervera y Arenas en Puebla, los subordinados
de Mariscal en Guerrero, José Cabrera en México, y otros muchos jefes en
distintos puntos del país han desconocido a Carranza convencidos de la perfidia
que es su norma, y de las traiciones que ha consumado; todos ellos se han
adherido a la causa, trayendo un contingente de más de veintiocho mil hombres.
Esto sin contar con el
levantamiento de los Yaquis, sedientos de tierras en Sonora, la de los Coras y
Huicholes en Tepic, la de los mineros en Santa Gertrudis, La Luz, Loreto y el
Chico, pertenecientes a Hidalgo, y las de otros varios lugares de la República.
En la situación
bamboleante que atraviesa, y previendo ya su derrocamiento en breve tiempo, el
viejo hacendado de Cuatro Ciénegas, Venustiano Carranza, se ha valido del ardid
más odioso y condenable para prolongar la vida de su llamado gobierno; ha
empleado el engaño, haciendo creer a los incautos que la revolución está
vencida, y que su régimen se consolidará; ha seducido a los pueblos o bien los
ha obligado por la fuerza para que le presten su contingente de sangre como
carne de cañón, prometiéndoles orden y garantías que no puede ni está dispuesto
a hacerlas efectivas, puesto que sus chusmas, en su insaciable sed de rapiña,
no han respetado ni honras ni vidas, ni tampoco intereses.
Ofrece hoy garantías, para
al día siguiente pisotearlas todas por medio de sus hordas de ladrones y asesinos,
que no teniendo otra manera de vivir, no respetan ni la ropa desgarrada que
porte el más desheredado de la fortuna.
Cuando el tirano ofrece
garantías, abriga únicamente la intención de allegarse prosélitos, sirviéndole
este ardid para embaucar ignorantes que mañana, al derrumbarse su mentado
gobierno, le sirvan de barrera para huir cómodamente al extranjero, a disfrutar
los dineros robados al pueblo mexicano, abandonando esa carne de cañón, a su
propia suerte.
A mayor abundamiento,
Carranza, en vez de satisfacer las aspiraciones nacionales resolviendo el
problema agrario y el obrero, por el reparto de tierras o el fraccionamiento de
las grandes propiedades y mediante una legislación ampliamente liberal, en
lugar de hacer esto, repito, ha restituido a los hacendados, en otra época
intervenidos por la revolución, y las ha devuelto a cambio de un puñado de oro
que ha entrado en sus bolsillos, nunca saciados. Sólo ha sido un vociferador
vulgar al prometer al pueblo libertades y la reconquista de sus derechos.
En cambio, la revolución ha hecho promesas concretas, y las clases humildes han
comprobado con la experiencia, que se hacen efectivos esos procedimientos. La
revolución reparte tierras a los campesinos, y procura mejorar la condición de
los obreros citadinos; nadie desconoce esta gran verdad.
En la región ocupada por
la revolución no existen haciendas ni latifundios, porque el Cuartel General ha
llevado a cabo su fraccionamiento en favor de los necesitados, aparte de la
devolución de sus ejidos y fundos legales, hecha a las poblaciones y demás
comunidades vecinales.
Por todo lo expuesto, hago
un llamamiento fraternal y sincero a todos los pueblos arteramente seducidos
por los carrancistas, manifestándoles que aún es tiempo de que reflexionen
madura y concienzudamente sobre su conducta y se convenzan de su error,
volviendo sobre sus pasos y alistándose en el formidable partido
revolucionario; bien entendidos de que el Cuartel General a mi mando,
francamente está decidido a olvidar los hechos pasados y recibir con los brazos
abiertos a los hijos de esos pueblos, a los que ofrece solemnemente su mano
amiga, y librar en consecuencia órdenes terminantes a los jefes militares del
rumbo, a fin de que por ningún motivo los molesten tan pronto como cambien de actitud
y se aparten abiertamente del perverso y funesto grupo carrancista, resueltos a
ayudar en alguna forma a la sacrosanta causa del pueblo, sintetizada en el Plan
de Ayala que es su enseña.
Conciudadanos: todavía es
tiempo de que os alejéis del profundo abismo, todavía es tiempo de que volváis
al buen camino y dejéis a vuestros hijos la herencia más preciosa que es la
libertad, sus derechos inalienables y su bienestar; podéis aún legarles un
nombre honrado que por ellos sea recordado con orgullo, con sólo ser adictos a
la revolución, y no a la tiranía personificada de Carranza.
Reforma, Libertad,
Justicia y Ley"
Comentarios
Publicar un comentario